GRANDES ESPERANZAS
En el año 1860, Charles Dickens publicó una obra maestra de la literatura que lleva por título “Grandes esperanzas”. Entre otras muchas claves vinculadas a lo que podríamos llamar de manera un tanto mística “el destino del individuo dentro de la sociedad”, el relato muestra de manera elocuente el prodigio que opera tanto a nivel personal como colectivo cuando los seres humanos deciden enfrentar el azar y las adversidades sin resignar sus sueños y sus anhelos.
El pasado 30 de abril de 2023 Paraguay celebró una justa electoral que, entre otros cargos, permitió integrar el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo para el periodo 2023–2028.
En un país signado cultural e históricamente por el autoritarismo que además se encuentra asediado por lo que podríamos denominar los principales enemigos de las Democracias actuales (exclusión, marginalidad, miseria, crimen organizado, etc) y donde el Índice de Desarrollo Humano ubica al Paraguay entre los países más pobres y desiguales del mundo, es natural, inevitable y legítimo que muchas lecturas, análisis y conclusiones en torno al proceso eleccionario y los resultados que se dieron estén rodeados de un halo lúgubre y desalentador potenciados por la desconfianza propia hacia el funcionamiento de instituciones permeadas por la corrupción o funcionales a las estructuras de poder.
Al solo efecto de graficar y contextualizar la situación, basta recordar que más de 100 de los 212 años de vida independiente, la suma del poder político en el Paraguay estuvo en manos de 5 personas (Francia, los López, Morínigo y Stroessner) con potestad de vida y muerte sobre los habitantes y que recién desde el año 1989 el país viene experimentando un periodo ininterrumpido de libertades elementales. Esos detalles objetivos tal vez ayuden a dimensionar que tanto las instituciones del Estado como las virtudes cívicas de las personas siguen siendo extremadamente frágiles.
En ese marco, estas reflexiones no pretenden desconocer la cruda y compleja realidad que enfrentamos, ni caer en esa especie de ingenuidad política que ya había sido ironizada de manera célebre por Voltaire hace más de 250 años en su célebre relato “Cándido o el optimismo” que puso en entredicho la mirada filosófica un tanto naíf del pensador Leibniz quien, contra la evidencia abrumadora de la realidad, afirmaba que “todo en el mundo sucede para bien”.
Antes bien, se trata simplemente de un ejercicio cívico que busca ampliar (o al menos lo intenta) el espectro reflexivo desde una mirada distinta que apenas apunta a “separar la cizaña del trigo” o, si prefieren, trata de “mirar el vaso medio lleno” valgan las remanidas frases utilizadas como soporte al objetivo propuesto.
El lúcido escritor y analista mexicano Juan Villoro, interpelado sobre la preocupante realidad política latinoamericana, afirmó recientemente en la feria del libro de Bogotá (FILBO) que “por desgracia el mundo en el que vivimos actualmente no se presta a grandes optimismos pero no debemos olvidar que en Democracia, la esperanza es una obligación ética y la esperanza debe ser trabajada pues se consigue con mucho esfuerzo dado que se trata de una obligación transformadora que debemos conjugar todos los ciudadanos” (sic — el destaque nos pertenece).
En ese tren de ideas, desde donde se concibe a la esperanza como un imperativo kantiano, es que desde el título mismo me permito evocar a la obra de Charles Dickens con la finalidad de que las cavilaciones cívicas aquí plasmadas no sean leídas únicamente en clave de expresión de deseos sino conectando realidad coyuntural, resultado electoral y reflexión política por un lado, con los principios y valores que sostienen y apuntalan al proyecto de convivencia dado por la Democracia Constitucional, por el otro.
Así pues, a partir del ejercicio electoral que se vivió en el Paraguay, la ciudadanía, no sin dificultad ciertamente, bien puede albergar la esperanza -activa, militante y contralora- de que Santiago Peña, economista de altísima capacidad técnica, profesional preparado y formado, comprometido durante toda su campaña con una visión de país inclusivo y con oportunidades, con la energía y la inteligencia suficientes para sobrellevar con altura la enorme presión que deberá administrar durante su mandato presidencial sea capaz de despegarse, aunque sea mínimamente, de los muchos corruptos desvergonzados que lo rodean para que así pueda poner en práctica la hoja de ruta virtuosa que tiene trazada para el Paraguay. Queda la esperanza de que él tendrá la lapicera y que en su propio beneficio, sabe que esos mismos truhanes que lo rodean hoy colmándolo de elogios serviles, en poco tiempo le darán la espalda y le harán pagar a él (y solo a él) los fracasos en su gestión. Adicionalmente y al margen de la coyuntura electoral, es bueno remarcar que la ciudadanía crítica podrá recordarle también a cada instante que, como nunca antes otro Presidente, él carecerá de excusas para deshonrar sus promesas electorales pues goza de amplia mayoría parlamentaria lo que a priori le garantiza margen de gobernabilidad.
Alberguemos también la esperanza de que pese a las limitaciones de orden numérico, los Parlamentarios opositores puedan llevar a cabo el trabajo de contrapeso y contralor que el sistema democrático exige. En tal sentido, si bien se ha dicho que la mayoría propia lograda por el Partido Colorado en ambas Cámaras del Congreso es la muestra palpable del retroceso democrático desde el momento en que no existe oposición genuina, juzgo prudente y necesario matizar esa voz de alarma aportando tres datos que vienen dados por la realidad:
i) Primero, formalidad cromática al margen, un sector importante de la oposición (sobre todo del Partido Liberal) hace rato (hace mucho rato!!) es exponencialmente más funcional y obsecuente a las claques viles del coloradismo que la propia disidencia interna del Partido Colorado. De esta forma, el temor y la preocupación hoy anunciados en función a la aritmética y el formalismo mayoritario, hace bastante tiempo están instalados en nuestro Parlamento pese a lo cual, en momentos críticos y de alto interés institucional y/o constitucional, el sistema ha sabido encontrar “válvulas de escape” a través de los mecanismos de control externos que seguirán funcionando tales como los medios de prensa, las redes sociales, la labor de ciertos gremios con mayor conciencia democrática, la militancia de los estudiantes, las protestas campesinas, la crítica ciudadana, la coyuntura internacional, el orden jurídico supranacional, etc;
ii) Segundo, que a pesar del número relativamente bajo de Parlamentarios en comparación no solo a los colorados sino a los políticos tradicionales (colorados y liberales) que comparten idéntica matriz de funcionamiento, esta vez ingresaron al Congreso personas comprometidas y con credenciales de lucha sostenida y coherente con una hoja de vida de amplio testimonio democrático y que tienen la suficiente capacidad y fortaleza para controlar activamente a las mayorías coyunturales. Pienso -no única sino principalmente- en referentes políticos y cívicos como Kattya González, Johana Ortega, Orlando Penner, Raulito Benítez, Celeste Amarilla, Rafael Filizzolla, Rocío Vallejos, Eduardo Nakayama, Esperanza Martínez, entre otros. De ellos, cabe presumir que estarán a la altura del enorme desafío y sabrán articular acciones para transparentar al máximo el manejo de la cosa pública; y,
iii) Tercero, en términos generales las propias facciones internas del Partido Colorado han demostrado hasta el cansancio durante las últimas tres décadas que la resistencia al gobierno (en rigor, a cualquiera que ocupe la Presidencia) está garantizada. Ese filtro “sociológico” y “estadístico” ayuda en algo a contener la angustia muy bien expresada en términos republicanos por quienes se preocupan por la integración cromática del Congreso.
Si bien no puede hablarse de que esa constituya una oposición responsable y orientada al interés general (crítica, por cierto, aplicable también a la gestión histórica de la oposición formalmente constituida desde otros frentes), es dable esperar que los “díscolos”, aunque por razones distintas a las queridas por los principios y valores republicanos, serán útiles a la “causa democrática” si aquellos parlamentarios que podríamos encuadrar en una suerte de bastión de “resistencia genuina”, dejan de lado las actitudes mezquinas que caracterizaron, por ejemplo, al candidato presidencial de la Alianza, cuya “fatal arrogancia” para decirlo en términos de Friedrich Hayek precipitó el actual escenario político pos electoral.
Alberguemos también la esperanza de que los referentes políticos electos por la ciudadanía para representar una línea de intereses distintos a los que informan la agenda tradicional de los Partidos, sepan trabajar por una agenda país de corto, mediano y largo plazo en los próximos cinco años. Alberguemos la esperanza de que sepan ejercitar de manera madura, responsable y didáctica la capacidad de crítica y de denuncia tal como de hecho lo hicieron en su oportunidad con mucha eficacia durante la Pandemia algunas mujeres valientes y comprometidas como Kattya González, Celeste Amarilla o Rocío Vallejos quienes seguirán en el Congreso.
Finalmente, alberguemos GRANDES ESPERANZAS de que al igual que la suerte de Philip Pirrip (o simplemente “Pip”) -el personaje principal de la novela de Dickens aludida desde el título- en los próximos cinco años la ciudadanía del Paraguay se mantenga alerta, vigilante y unida en torno a un pequeño “núcleo duro” de cuestiones trascendentes para la buena marcha de la institucionalidad republicana como el control al poder, el respeto a las libertades individuales o la implementación de políticas públicas capaces de generar inclusión genuina partiendo de la salud, la educación y el empleo dignos.
Retomando nuevamente lo expresado por Juan Villoro el pasado 22 de abril en el marco de la Feria del Libro de Bogotá, es clave que trabajemos individual y colectivamente nuestro compromiso ético con las grandes esperanzas de manera a honrar el enorme privilegio que representa ser ciudadanos y no meros súbditos en el esquema de poder público. Seamos creativos para suplir por la vía de una mayor participación cívica y del ejercicio de los controles externos las severas limitaciones numéricas y aritméticas que sin dudas condicionarán la activación de los controles institucionales internos debido a la dispar conformación parlamentaria. Únicamente de esa forma y solo por ese camino evitaremos entre todos que el Paraguay sufra un retroceso irreversible en términos de calidad democrática.
Robert Marcial González
02/mayo/2023